Llegué a Peñaranda de Bracamonte en una caja que evitaba golpes, mas no el sobresalto de lo desconocido. Soy natural del Alentejo, un paraje hermoso en el que abundan huertas, sol, agua. Me hicieron de barro y me pintaron los labios de un tono subido, me decoraron los vestidos con las flores y los colores de mi tierra: amarillos, blancos, verdes, rojos, azules. Desde que me crearon en aquel taller del que apenas recuerdo dos o tres cosas: (la luz del alba, el desasosiego de la inspiración, la alegría del término), he conocido a diferentes y variopintos personajes: pastorcillos alemanes, caminantes polacos, oferentes rusos y lavanderas italianas. ¡Hasta músicos del Perú! Y animales de todos los pelajes: bueyes, mulas, sí; ovejas, también. Burros, dromedarios, camellos, caballos. ¡Y tigres! En fin, creo que llevo una vida interesante para ser una sencilla aguadora, ¿no les parece?
Los viajes son oportunidades de aventura aunque, metidita en mi caja, me pierdo todos los trayectos. Pero luego llegan los destinos. Peñaranda de Bracamonte, qué nombre tan curioso. Aquí llevo unos cuantos días, cántaro en brazos, eterna aguadora de mi particular belén alentejano. Alrededor hay otros belenes, si no tan bellos, casi. Pero ya nos conocemos, ya nos identificamos, apenas hay sorpresas (y eso que somos muchos. Pero son algunos los años que estamos juntos); los misterios vienen por otro lado.
Me gusta descubrir cómo miran los ojos de las personas, tan grandes unas, tan chiquititas otras. Los hay azules como el cielo de mi país, y verdes como la hierba, y hasta grises y negros y marrones. Los que más me gustan son los de los niños. Suelen abrirlos mucho, tanto, que parecen los ojos de las figuras de un belén copto.
Aquí en Peñaranda, estoy bien, bastante contenta. Las mañanas se pasan entre risas y correteos, las tardes entre exclamaciones. Ya me acostumbré a ser admirada, hasta creo que me hicieron así, para ello… Todo iba como debía ir aquí, en este sitio de nombre curioso. Pero… una noche. Sí, sé que era de noche, o que iba a serlo, porque ya habían venido muchos mayores y muchos niños, y yo me aprestaba a dormir, a relajarme un poco, a dejar mi cántaro bajo el ruedo de mi falda, cuando… ni por esas. No apagaron la luz. Había mucho ruido, como de muebles que se arrastran, y gentes que entraban y salían de este sitio en el que estamos, que no sé si lo he dicho, pero me ha parecido entender que se llama Centro de Desarrollo Sociocultural, o la Fundación, que también le dicen así. El caso. Les cuento.
Ruido, sonrisas, la iluminación a tope (perdonen el modismo) como si empezase el horario de visitas y no al revés. La voz de una mujer que decía buenas noches, silencien sus móviles y enciendan sus corazones (¿acaso se puede hacer eso?) y, luego, la voz de un hombre que me trasladó de inmediato, al taller donde fui hecha. (¿Quizás le conocí allí?) Comenzó a desvelar misterios sobre nosotros, sobre el Belén y sobre otros muchos asuntos, como por qué está el Niño Jesús tan desnudito en el pesebre, o porqué José es carpintero. Qué cosas. Eran interesantes, no les digo yo que no. Y luego, la música. Primero, una nana que casi hace que se me cierren los ojos, y la lectura del Villancico del Silencio, mi preferido. Qué paz. Luego, una guitarra que acompañaba la narración de tres leyendas, (esa que cuenta cómo los ángeles le procuran los primeros pañales a Jesús me dejó asombrada), pero ay, luego, una niña cantando pampanitos verdes, hojas de limón… A estas alturas, estaba bien despierta, tanto, que caí en la cuenta de que otros hombres y mujeres hablaban de nosotros, los figurantes (por así decirlo) del belén: la lavandera, el segador… ¡Y yo! ¡La aguadora! Muchas veces represento a la propia Virgen. Cuando no es así, simbolizo a las personas que están abiertas al mensaje limpio y claro de Jesús. Como el agua misma.
¡Qué emoción! Con los nervios, la última parte casi se me escapa… pero no del todo. Advertí que la colección de belenes había aumentado con el regalo que le entregaron a ese hombre que me resulta conocido, un belén que han hecho aquí, en 3D o no sé qué, inspirándose en un cuadro de un tal Jerónimo Ezquerra. ¡No sabía que en este sitio también hacían belenes! ¡Qué extraordinario!
Sonaron aplausos, que es cuando a las personas les gusta algo y dan palmas, como niños entusiasmados. Yo estaba muy cansada (qué día tan largo) y, aunque las luces tardaron en apagarse un buen rato, me quedé dormida con el rumor de envoltorios y aromas dulces.
Ah. Por cierto. Aquí sigo, aquí seguimos toda la Navidad. Les espero.
Mª Antonia Moreno Mulas