https://youtu.be/gYyKuLV8A_c LA PUERTA VIOLETA DE ROZALÉN.
Cuando desde la Fundación Germán Sánchez Ruipérez se me pidió una colaboración para compartir con todos vosotros mi experiencia lectora y los libros que me han marcado y, tantas veces, señalado el camino a lo largo de mi vida, se me ocurrió, siendo la primera mujer invitada a este ciclo, hacer objeto de esta conferencia y fruto de reflexión, a aquellos personajes femeninos de la literatura universal que, por algún motivo, se han erigido en unos referentes importantes en mi devenir personal. Partiendo del conocido aforismo de Flaubert, «Madame Bovary c´est moi», no he hecho ninguna distinción entre personajes femeninos creados por un autor o una autora. Me centro exclusivamente en la mujer como personaje o referente literario y, sin embargo, profundamente real, vivido y referencial. Sería muy enriquecedor extender esta colaboración al papel de la mujer como creadora y explorar este espacio diferenciado, pero las características de esta conferencia lo hacen inviable. Hay que optar y me he decantado y justificado mi opción, siendo como es, que esos personajes, esos libros, que expondré a continuación, son los que han marcado, de una u otra manera, mi universo vital. Estos personajes femeninos por los que he optado forman, a su vez, parte de libros fundamentales e imprescindibles y trascienden a la propia obra. El hacer una elección de personajes fundamentales me ha supuesto un acicate y, a la vez, un reto. Es evidente que no están todas las que son. Hay tantos personajes… tan ricos, tan seductores, tan rompedores que optar por un número predeterminado por la Fundación es un verdadero quebradero de cabeza, no les voy a engañar. Pero, en fin, las normas son las normas.
He seleccionado obras en las que la mujer se erige por uno u otro motivo en voz con personalidad propia. En mundos creados mayoritariamente por hombres, eso sí, estas mujeres alzan sus voces para mostrar su particular visión de ese territorio por el que les ha tocado transitar. Son mujeres de toda condición, como verán a continuación, de todos los estamentos sociales, de psicologías más o menos complejas, de edades varias. Todas ellas, de una u otra manera, me hicieron reflexionar y sentir a partes iguales. Por ello, son mis fundamentales.
Mi abuelo era maestro. Bueno, era maestro y Guardia Civil. Se hizo Guardia Civil en los tiempos en que los maestros pasaban verdaderas necesidades. «Pasas más hambre que un maestro de escuela». Ese era el dicho y la verdad. Aparcó su vocación pero siempre la tuvo presente. Era un lector empedernido con una biblioteca más que curiosa, donde encontrábamos desde La Biblia, hasta El Decamerón, desde La Odisea a Campos de Castilla. Cuando se jubiló y se fue a vivir a mi pueblo, Piedrahíta, se empeñó en retomar la profesión docente que nunca olvidó. Y allí, casi por obligación (no en vano era guardia civil con mostacho), sus nietos tuvimos que asistir por las tardes a sus clases en una pequeña aula que había montado en la habitación más amplia de la casa, en el mismo salón. Pupitres, una pequeña pizarra, lápices, cuadernos, gomas y, por supuesto, su enorme librería de nogal, una librería repleta que le había ido siguiendo por todos sus destinos…
Mi abuelo se había formado en las Escuelas del Ave María de Granada, una experiencia pedagógica del Padre Manjón. Su ideología era una enseñanza basada en el juego, en la acción, en la libertad, en la gratuidad, en la universalidad y en la cooperación… Y, de alguna manera, esa ideología fue la empleada en la práctica educativa de mi abuelo, conmigo, con mis hermanos y con mis primos. Una práctica que complementaba a la que recibíamos en la escuela. Algo contrapuesta, eso sí. Parto de que yo era una niña curiosa, atenta y con unas ganas inmensas de aprender a leer. Veo ahora, en esas fotos de papel en los álbumes al uso, a una chiquitaja de cuatro años rubia con dos trencitas, menudita, con los ojos muy abiertos siempre. Quería aprender a leer y así se lo dije a mi abuelo. «Por probar…», dijo él, ilusionado ante una alumna aventajada. Y se puso manos a la obra. Confeccionó en cartón tres abecedarios, «para tener suficientes», dijo, recortó todas las letras, las pintó pacientemente y un día me las presentó en «clase»… Y comenzamos a jugar, a mezclar, a componer, a hacer combinaciones a veces imposibles. Pero la magia se hizo y un buen día ya no solo descifraba signos misteriosos sino que les daba un significado, una entidad propia. ¡Se hizo la luz! ¡Sabía leer! En un principio, balbuciente, silabeando… luego de corrido, como decía mi madre. Un gozo, una ilusión, un placer, un acto casi de fe. Así accedí a mis primeras lecturas y con ello a mis primeras experiencias como lectora entregada. Comenzamos con los cuentos clásicos para niños, esos que vienen desde la tradición oral y luego se recogieron por los hermanos Grimm, Perrault, por Andersen… Esos cuentos iniciáticos, adaptados para niños, que forman parte indisoluble de nuestra niñez, de nuestra común cultura. Caperucita, Blancanieves, La Cenicienta, La vendedora de fósforos, El lobo y los cabritillos, El soldadito de plomo… En fin, QUIÉN no ha leído estos cuentos, base de juegos, de aventuras, de tardes de verano interminables o de días de invierno sentados al brasero… Y, de entre todos esos cuentos, de esas historias, recuerdo, ya un poquito más mayor, algunos de los relatos adaptados para niños de Las mil y una noches. La valiente e ingeniosa Sherezade como hilo conductor de todos ellos. La joven que, para salvar su vida y la de otras muchachas, se convierte en una de las primeras cuentacuentos ante el sultán Schahriar. Sherezade, inteligente, fuerte, bella, vencedora de la muerte que sobrevuela sobre ella hasta que a la noche siguiente vuelva a retomar aquel cuento que dejó hechizado al sultán y que llegó a enamorarlo, porque ¿quién se resiste al poder de la palabra, a su magia?
«-Y la hermana menor díjole a Sherezade:
-¡Por Alá, hermana! Cuéntanos un cuento que nos entretenga la velada.
A lo que contestó la hermana:
-Con alma y vida lo haré al instante, si me da la venia este monarca tan galante.
Al oír estas palabras el rey, que no tenía sueño, holgose de escuchar un cuento que dio su venia, sin impedimento.»
De esta época, y asociado a los largos veranos de la infancia, recuerdo también el clásico Mujercitas, de Louise May Alcott, en el que Josephine March sobresale con su personalidad impulsiva y rebelde. Hace poco, leí que Simone de Beauvoir escribió al respecto de este libro: «Mujercitas me dio una idea clara de lo que sería mi vida cuando yo todavía era una jovencita: me propuse ser Jo, y como ella, escribía; para imitarla comencé a escribir cuentos…». A mí, al igual que a Beauvoir, Josephine también me parecía alguien tremendamente especial y distinta a lo que yo conocía, alguien digna de imitar. Pero, también, llamaron mi atención sus hermanas Meg, Beth y Amy y las relaciones que se establecían entre ellas y con su madre, una mujer sabia y práctica, y con su padre, un hombre idealista, soñador… Quizá me recordaba lo que yo tenía en mi propia casa.
Y puesto que he comenzado por hablarles de mi abuelo materno, ahora les contaré algo de mi abuela paterna, la abuela Rosario. Una persona sorda de nacimiento y considerada «rara» dentro de la familia. Realmente, era una mujer extraña, introvertida, solitaria. Nunca salía de casa. Yo creo que la sordera le alejó de todo y de todos. La recuerdo ya bastante mayor, siempre vestida de negro y aislada, por voluntad propia, en su mundo. Su único entretenimiento era la lectura. En un desván que tenía en su casa, encontramos, a su muerte, cajas y cajas de folletos, libros ajados, periódicos… Yo la recuerdo en su cuarto, sentada al brasero, leyendo. Lo mismo leía devocionarios que los últimos cotilleos, pasquines que enciclopedias. Sí, enciclopedias. Mi padre en la era pre Internet nos compró a plazos un DICCIONARIO ENCICLOPÉDICO UNIVERSAL, doce tomos de Salvat. Pues bien, quien más lo abrió fue mi abuela. Tomo tras tomo, fue leyendo cada entrada, cada artículo, miró todos y cada uno de los gráficos, buceó en los mapas, en fin, amortizó totalmente la compra de mi padre. Nosotros, los nietos, entrábamos en su cuarto a verla. Ella nos asaba manzanas en el brasero y nos contaba cosas de lo mucho que sabía. Creo que era con los únicos con los que se comunicaba con gusto. Por aquella época, once, doce años, estaba yo leyendo El diario de Ana Frank, en el que la joven Ana relata sus cuitas en su diario desde «La Casa de Atrás» de Amsterdam, donde permanece escondida en el escenario de persecuciones de los nazis hacia los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. La triste historia de Ana Frank me conmovió en esas edades en la que los sentimientos están a flor de piel. Se me antojaba increíble cómo alguien podía estar encerrada tanto tiempo, en unas condiciones tan duras y contar su experiencia con lucidez, esperanza y con una búsqueda permanente de la belleza. Se lo conté a mi abuela, ser solitario, y su respuesta fue: «Nadie está solo con un libro a mano». Luego, me pidió el libro de Ana Frank prestado. Nada que objetar.
Por esa mi época juvenil cayó entre mis manos otro de los libros que me han hecho feliz, no voy a negarlo. El Jane Eyre, de Charlote Brontë. En realidad, tomé afición a los libros de estas hermanas a partir de Jane Eyre. Leí con entusiasmo el Cumbres borrascosas, de Emily Brontë, en el que Cathy Earnshaw da la réplica a la poderosa y arisca figura de Heathcliff. Una historia compleja y singular llena de pasión y fuerza. Me acerqué también al universo particular de Jane Austen. Sentido y Sensibilidad, Emma, Orgullo y prejuicio, con la inolvidable Elisabeth Bennet, otra heroína rebelde de la literatura inglesa y universal. Pero, sin duda, mi favorita era Jane Eyre, una mujer de convicciones sólidas que sigue siempre los dictados de su mente, de su corazón o de la razón y lucha contra los convencionalismos de la época. Esta literatura me hizo viajar a los sombríos, solitarios y húmedos páramos ingleses, a los crueles y deshumanizados orfanatos, a las mansiones victorianas, a la sempiterna lluvia, a las brumas perpetuas, al misterio, a los fantasmas, al amor.
«Fue una carcajada demoniaca, queda, reprimida y grave, que pareció provenir de la misma cerradura de mi puerta y al principio creí que el duende que reía estaba al lado de mi cama, o más bien agazapado junto a mi almohada. Me levanté y miré alrededor, pero no pude ver nada. Mientras miraba fijamente, se repitió el sonido antinatural y me di cuenta de que venía de detrás de los paneles, Mi primer impulso fue levantarme y echar el cerrojo, y el siguiente gritar: – ¿Quién está ahí?»
Muchas de estas novelas han sido llevadas al cine. Es cierto que se pierden muchos matices con respecto a la novela original, pero, concretamente, de Jane Eyre, de la que se han hecho muchas versiones y series, me quedo con la magistral interpretación de Joan Fontaine, en el papel de Jane, y Orson Welles, como el señor Rochester.
Nunca estaré lo bastante agradecida a estas escritoras británicas. Todos los personajes que habitan sus novelas me han acompañado en mi educación sentimental.
Años del instituto… años de cambio, de metamorfosis. Años felices en los que accedí a un mundo que a mí me resultó enormemente atractivo. Recuerdo a muchos profesores pero entre ellos sobresale alguien muy especial, el profesor de literatura, Antonio Ojanguren Areces. Una persona distinta, culta, con una personalidad arrolladora, un vendaval que hizo de su asignatura una aventura permanente. Ahí conocí a Antígona, mujer que se debate entre sus nociones del deber, familiar o civil, y cuya desobediencia la lleva a la muerte, me acerqué a La Celestina, de Fernando de Rojas, una obra intrincanda y densa, «un compendio de todos los vicios terrenos», como apunta Esther Borrego, profesora de Literatura de la Universidad Complutense. Dos mujeres nada convencionales, Melibea y la vieja Celestina infringen todas las normas establecidas y entrelazan trágicamente sus vidas, en principio tan distintas. La muerte, otra vieja dama que sobrevuela en casi todas las obras seleccionadas, se alza victoriosa, una vez más, igualando todos los destinos. Obra innovadora, magnífica y plena que enlaza con el tópico renacentista del carpe diem y rechaza de pleno la estricta religiosidad medieval.
«Hoy comamos y bebamos y cantemos y folguemos, que mañana ayunaremos».
Antonio, nuestro profesor, sugería, nos indicaba, nos guiaba por el camino literario que se entreteje con el de la vida misma al plasmarla por escrito. Nosotros, sus fieles alumnos escuchábamos, bebíamos sus palabras y nos extasiábamos cuando recitaba, quedándonos prendidos para siempre de obras como El Quijote, Fuenteovejuna… El monólogo de Laurencia es estremecedor, rasgado, actual, de una fuerza impresionante…
Aquí os dejo el sobrecogedor monólogo de Laurencia, en el que la muchacha incita a los habitantes de Fuenteovejuna a reaccionar ante las fechorías del Comendador.
https://youtu.be/1dh18QrwX5I
Con don Antonio visitamos también el riquísimo mundo galdosiano, una radiografía perfecta de aquel siglo XIX español. Destaco como uno de mis fundamentales Fortunata y Jacinta. Situada en Madrid, relata la vida cruzada de dos mujeres de distinta capa social, pero sin embargo unidas por un destino trágico. Es aquí vívida la comedia humana que gira en torno a las dos protagonistas: Fortunata, la mujer del pueblo, básica en sus emociones y víctima de su propia fortaleza, y Jacinta, joven de la burguesía, acomodada y obsesiva. Una novela magnífica y esclarecedora sobre las relaciones humanas. Realmente, optar por una obra de Galdós es complejo, todas ellas son de una riqueza psicológica impresionante. Gloria, Doña Perfecta, Marianela, Tormento…
Como les he contado, nuestro profesor era una suerte de inspiración, si no para todos sus alumnos, sí para la inmensa mayoría. Nos animó a formar una pequeña compañía teatral que actuaba en pequeños certámenes, fines de curso, fiestas escolares, semanas culturales, etc. Era una compañía completa: dirección, regidor, tramoya, vestuario, maquilladores… todos teníamos cabida en esa compañía de teatro. Pero para hacer teatro era preciso ver teatro. Y con él nos embarcamos en varias ocasiones a Madrid y a Salamanca. ¡Al teatro! ¡Recuerdo el alborozo juvenil en el autobús de Satur! De la mano de nuestro profesor, vimos montajes clásicos y actuales, obras cervantinas, a su adorado García Lorca… Reconozco que no entendí en absoluto El público, pero La casa de Bernarda Alba fue impactante. Bernarda, mujer carcelera de sus hijas, una perfecta aberración, pero desgraciadamente no tan insólito en ciertas épocas y sociedades. Un personaje recio, dictatorial, cancerbero que contrasta con el de sus hijas totalmente sometidas a su poder casi patriarcal. Destaco la figura de Adela, que reclama y exige su libertad en ese ambiente obsesivo.
¡Qué nostalgia de aquella época despreocupada, intensa, feliz! ¡Juventud, divino tesoro! Quizás, subliminalmente, uno de los motivos para ser profesora es el retomar el contacto con aquel mundillo adolescente, con una profesión, la docencia, compleja pero hermosa.
Y llega un momento en el que tienes que tomar decisiones. Decisiones trascendentales que marcarán el rumbo de tu vida. Escoger una carrera, salir por vez primera del materno cascarón. Autonomía, libertad, elecciones (unas erradas, otras acertadas), seguir tu camino, continuar con tu vida. Un nuevo escenario, la Universidad, nuevas personas que entran en tu vida, compañeros, alumnos en ese nuevo camino, profesores… Y, de nuevo, la lectura como leitmotiv en mi vida… Mi elección, Filología Hispánica. Escenarios… Anaya (y sus caballerizas), Bibliotecas, librerías (Cervantes, Víctor Jara), comedor universitario, la Rúa, Plaza Mayor, reuniones y debates en La Polémica de la Plaza de la Fuente o en el Alcaraván, cine, conferencias… Mi vida en torno a los libros, a su estudio, a su comprensión, a su enseñanza. Un mundo, el universitario, estimulante. Un mundo diferente que nos hacía concebir la ilusión de la madurez, siendo eso, una ilusión… cinco años en la Universidad de Salamanca. Orgullosa de mi Universidad. Unos profesores que me aportaron mucho, otros que pasaron de puntillas, de todo hubo. Cientos de libros, de manuales, miles de folios, exámenes, trabajos, presentaciones, Fonética, Historia de la Lengua, Dialectología… y libros de lectura, algunas por obligación, otras por el placer de leer… Me viene a la memoria – ¡ ay la memoria! «ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos»…Borges dixit-, me viene en este momento, un magnífico libro que leí para la asignatura de Latín, Yo, Claudio de Robert Graves. Magnífico sin duda. La predestinación contra el deseo. Depravación, purgas, intrigas, crímenes, emperadores, generales y como escenario la Roma eterna. Y una figura femenina clave, Livia Drusila, abuela de Claudio y tercera esposa del divino Augusto, primer emperador de Roma. Una mujer inteligente en un mundo de hombres que sabe mover los hilos para manejar voluntades, rivalidades, fidelidades… Poderosa, madre, esposa, dignidad regia, consejera perfecta, manipuladora, cruel, eterna Livia. He releído el libro muchas veces y siempre hallas nuevos matices, nuevos aprendizajes… Muy recomendable la serie de la BBC, de 1976, basada en la obra de Robert Graves.
Vuelvo a hacer un ejercicio de memoria y rememoro otro episodio de aquella ya lejana vida universitaria. Con uno de sus profesores, el querido Antonio Zamarreño, poeta, culto, entregado, exquisito, buen profesor y mejor persona (Un hombre en el buen sentido de la palabra, bueno), acudimos a ver en el Liceo de Salamanca una adaptación para teatro de la novela de Miguel Delibes, Cinco horas con Mario, con una única actriz en escena, Lola Herrera. Grandiosa en su papel de Carmen Sotillos ante el féretro de su marido. Un documento veraz de ese 1966, año en el que sucede el deceso de Mario. Carmen, en su recordado monólogo, nos habla de ese tipo de asuntos que preocupan o dan sentido al ser humano: la soledad, el sentido de la culpa, el porqué de la vida y de la muerte, la incomunicación, la hipocresía, la mezquindad en las relaciones humanas, todo aquello que Delibes, de manera magistral, nos muestra como parte de nuestro ser. Carmen Sotillos encarna a una mujer con estrechez de miras, rencorosa por no haber ascendido a otro estatus superior, y con sus palabras nos deja ver a un Mario frustrado, con ciertos visos de integridad, machista, hijo de su época.
«En teniendo con qué alimentarnos y con qué cubrirnos estamos con eso contentos. Los que quieren enriquecerse caen en tentaciones, en lazos y en muchas codicias locas y perniciosas que hunden a los hombre en la perdición y en la ruina, porque la raíz de todos los males es la avaricia, y por eso mismo me será muy difícil perdonarte, cariño, por mil años que viva, el que me quitases el capricho de un coche. Comprendo que a poco de casarnos eso era un lujo, pero hoy un Seiscientos lo tiene todo el mundo, Mario, hasta las porteras si me apuras, que a la vista está. Nunca lo entenderás, pero a una mujer, no sé como decirte, le humilla que todas sus amigas vayan en coche y ella a patita, que, te digo mi verdad, pero cada vez que Esther o Valentina o el mismo Crescente, me hablaban de su excursión del domingo me enfermaba, palabra.»
https://youtu.be/_Lw7ZGY3BhA
Aseguro que para mí fue un shock esa obra magistral. De ahí pasé, cómo no, a una inquieta lectura de toda la obra de Delibes: Cinco horas con Mario, El camino, Los santos inocentes, El príncipe destronado, Las ratas, La mortaja, Diario de un emigrante, El hereje… Libros eternos, llenos de vitalidad, de brillo, de personajes inmortales, que nos hacen entroncar con nuestras raíces castellanas.
Son tantos y tantos los libros que me han acompañado en las etapas de mi vida que, de verdad, hacer una selección me resulta más que complicado.
Quiero reseñar en esta comparecencia ante ustedes también un género que, por ser considerado menor o dedicado a niños y jóvenes, es menos tenido en cuenta. Parece que ahora está surgiendo una tendencia a mostrar la creación literaria en este formato. Me refiero al cómic. Cómo no destacar la Mafalda de Quino, una niña lúcida, comprometida, preocupada por los grandes desafíos: la ecología, la paz en el mundo. Una niña sabia donde las haya.
Otro libro que entra en la categoría de fundamentales es La voz dormida, de Dulce Chacón.
NANA DE LA HIERBABUENA
https://www.youtube.com/watch?v=QjjYcimNGgc
En la durísima represión franquista de la posguerra, conocemos a unas mujeres valerosas como Pepita, una andaluza que se viene a Madrid donde está encarcelada su hermana Hortensia. En la cárcel malviven y penan, junto a Hortensia, Tomasa, Reme, Elvira… Sin embargo, son portadoras de una enorme dignidad y de un compañerismo ejemplares. Son tiempos durísimos para las mujeres republicanas, un tiempo de incertidumbre, de silencios, de maltratos extremos y crueles. Viven sin saber el final que las aguarda. Una historia terrible que nos retrotrae a unos tiempos no tan lejanos en nuestra patria. Una obra que no deja indiferente a nadie que se acerque a ella. Como dice el lema de la exposición de Auswitch que se ha traído a Madrid, y que se podría extrapolar a muchos de los conflictos con los que hemos y convivimos en la actualidad… «No hace mucho. No muy lejos». Un recordatorio, sin duda.
Y este mismo lema lo podemos aplicar a mi siguiente fundamental. Hace un par de años, devoré uno de los libros que para mí se ha convertido en fundamental. Es Patria, de Fernando Aramburu.
Para mí, una sorpresa, un descubrimiento que me ha marcado profundamente. Esas dos mujeres, que habiendo sido vecinas y amigas, Bittori y Miren, se ven enfrentadas por el ambiente y las circunstancias que rodearon el terrible y sangriento mundo de la organización terrorista ETA en el País Vasco, convirtiéndose en extrañas, mudando el afecto y el respeto por dolor, desprecio y odio. Ella dos son los claros exponentes del desgarro sufrido en la sociedad vasca por el fanatismo político y la brutal intransigencia. Fernando Aramburu reivindica la necesidad del perdón para comenzar a cerrar heridas y retomar una cierta normalidad. Considero que es un libro esencial que te hace conocer y reflexionar de manera profunda lo que fue y todavía es una dolorosa llaga sin cerrar en nuestra sociedad.
Un fragmento impactante…
«Pero un hombre puede ser un barco. Un hombre puede ser un barco con el casco de acero. Luego pasan los años y se forman grietas, Por ellas entra el agua de la nostalgia contaminada de soledad, y el agua de la conciencia de haberse equivocado y la de no poder poner remedio al error, y ese agua que corroe tanto, la del arrepentimiento que se siente y no se dice por miedo, por vergüenza, por no quedar mal con los compañeros. Y así el hombre, ya barco agrietado, se irá a pique en cualquier momento.»
O quizás…
«Pedir perdón exige más valentía que disparar un arma, que accionar una bomba».
Quiero que escuchéis una Canción vasca que aparece en este libro Txoria Txori (Pájaro, pajarito), que habla de libertad, del valor que hay que tener para ser libre y para dejar que los demás lo sean.
Dedico esta selección no con una obra en concreto sino con el trabajo coral de unas mujeres extraordinarias y escasamente visibilizadas. Yo me he acercado a ellas y las he conocido más a fondo, casi de manera casual mientras preparaba un trabajo para los chavales de Bachillerato. Me refiero a las llamadas Sinsombrero. Mujeres de la élite intelectual española asociadas a la Generación del 27, a caballo entre la Dictadura de Primo de Rivera, la República y la Guerra Civil española, y cuya aspiración era la libertad frente a la represión de las ideas, el encorsetamiento social y el rol tradicional de esposas y madres, único papel posible para la mujer en esa época. El solo hecho de quitarse el sombrero, hecho que les supuso, como dejó escrito Maruja Mallo, hasta el apedreamiento, suponía una enorme transgresión para la encorsetada sociedad de la época. Todo tipo de artistas componían este grupo, pintoras como Maruja Mallo, escultoras como Marga Gil Roëset y escritoras como las magníficas: María Zambrano, Rosa Chacel, Ernestina de Champourcin o María Teresa León. Desde aquí, mi recuerdo y mi humilde homenaje a esas mujeres que nos abrieron puertas a un camino menos sembrado de espinas. Ojalá algún día esas espinas que aún quedan, sean eliminadas para siempre. Veamos un texto gráfico:
https://youtu.be/_Lw7ZGY3BhA canción de Paco Damas.
Y hasta aquí, solo algunos de mis fundamentales. Imposible condensar en una conferencia los muchísimos libros que puedo considerar esenciales. En todo caso, cualquier libro lo es. Todos o su inmensa mayoría aportan algo a tu bagaje personal. Unos te divierten, otros te entretienen, otros desarrollan en ti el espíritu crítico, otros te aportan conocimientos. Todos, de alguna forma, te cambian, despliegan para ti mundos que antes soñaron, pensaron y vivieron otras personas, otros compañeros de viaje. Leer es un acto de fe. Una identificación ligada a las más puras emociones del ser humano. Un libro tiene que hablarte a ti como lector, no vale si solo pasas páginas y no sientes nada. Un libro ha de susurrarte, suscitarte emociones, deseo de querer volver a él a cada instante, aguardar con impaciencia el reencuentro con ese libro. Es casi como el reencuentro soñado con un amor. Sentir que el autor habla para ti y que los personajes actúan en una suerte de teatro profundamente vivo y real.
El gran escritor Joseph Conrad afirmaba que no podía imaginarse qué habría sido de su vida de no haber sido alguien entregado a la lectura desde muy joven. Contaba que al concluir sus deberes en casa,
“Aparte de permanecer sentado y atento a la horrible quietud, al silencio de la habitación del enfermo, que se filtraba por la puerta cerrada y envolvía con su frialdad mi corazón aterrado, no tenía mejor alternativa que refugiarse en la lectura.»
Confieso que yo tampoco hubiera sido la misma persona si los libros no hubieran entrado en mi vida de niña y continuado a mi lado. Confío en que ese placer no me abandone y que la vida me siga brindando momentos en que al comenzar un nuevo libro, al imaginarle previamente, al olerle, me sea dada la emoción que sentí cuando abrí gozosamente mi primer libro.